miércoles, 4 de julio de 2012

Tormenta, de Julio Sosa


Como una enorme gata amarillenta
se acurruca la tarde en el ocaso
y dorando la tierra en un bostezo
guarda el sol otoñal sus rojos brazos.

Una nube se acerca amenazante
jineteando en el viento su arrogancia
y al galope de mil potros gigantes
ruge el trueno iracundo en la montaña.

La majada obedece temerosa
al ladrido del perro blanco y negro
que la empuja al galpón tibio y seguro
que recuesta su flanco junto al cerro.

El murmullo inocente del arroyo
es un grito de guerra adulto y bravo
y transforma su cauce cariñoso
en un río furioso y desatado.

Hasta el lobo que corre tras la oveja
con fulgor asesino en la mirada
se detiene espantado por la aurora
breve y blanca de un rayo en la quebrada.

El cuchillo de fuego parte un árbol
con certera y caliente puñalada
y cubriendo su cuerpo agonizante
tiende el viento con humo la mortaja.

Tras el crimen terrible y alevoso
borda el cielo su pena lastimera
llora el agua que brota de sus ojos
sobre el negro cadaver de madera...