domingo, 23 de diciembre de 2012

Despedida, por Daniela Della Bruna



Despedida

¿Es cierto que se suicida este paraje cansado?
Revientan sus paredes pobres, se termina el agua,
se cubre de sequía todo el pasto.

¿Es cierto que no tengo nada que llevar?
Me llevo muchas cosas, sin embargo, en mis pupilas,
las sogas podridas de la hamaca,
toda una colección de naderías.

¿Es cierto que el camino no tiene carteles ni guías?
No se ve una posada cerca,
pero no tiene precio dejar la cama corroída.

Sucio está el espejo del patio,
como todo, también está en ruinas,
y sin embargo encierra a una mujer que fui,
y que dejo en mi partida.

Y en cada espejo del pasado, cada espejo lejano
que se ha roto, perdido o fusilado,
se quedan mil mujeres en las que alguna vez me he desdoblado.

Me quedo un poco en cada uno de esos mundos tiranos,
en cada una de esas jaulas,
me quedo un poco en cada estrella,
un poco en cada prado.

Me voy entera, sin embargo,
o eso me digo, cuando callo.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

La caída, por Daniela Della Bruna

Una poesía de decepción, pero también de resistencia en este triste día en el que, otra vez, gana la corrupción. Repudio el fallo de la corte tucumana en el caso Marita Verón.

La caída

No llovió la lluvia que habían anunciado,
no llovió la lluvia,
no llovió.

Lloraron, en cambio, de frío,
todos los perros del baldío,
desde la calle el viento
me trajo su agudo grito.

Se conformó, otra vez, un hombre,
se conformó con eso,
con eso que supo poco,
con eso que parecía más que nada.

Mintió, otra vez, un hombre,
mintió, humilló y se convenció,
se convenció vanamente
de una razón asesina.

Se acobardó, otra vez, un hombre,
agachó, sin pensar, la cabeza,
obedeció al amo,
abrió la llaga de un hermano.

Ganó, otra vez, un hombre.
Aplastó a otro,
se quedó tranquilo,
se salvó sin dudarlo.

Me avergonzó, otra vez, un hombre.
Un hombre, un hombre como yo,
un hombre que siente, llora,
un hombre que conozco.

Pero no perdono a ese hombre,
no hay tiempo para tibiezas,
sólo podemos inflamarnos,
como ardientes mariposas.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Epílogo, de Daniela Della Bruna

Cuántas palabras pedí para conjurar mi miedo,
el miedo infinito de saberme ya sin inocencia,
sin la pulcra omnipotencia de la primera juventud.

El instante temido llegó mil veces, se multiplicó en el tiempo,
todos vieron algo de lo que quise ocultar,
hasta que yo lo vi y rompí el silencio.

Y ahora que terminó la época de los retaceos,
todo se sucede natural, avasallante, sin preguntar,
ya no le pido permiso a los espejos...

En un instante impreciso
se borró el horror de mi reflejo.