martes, 26 de agosto de 2014

Julio y Alejandra, por Daniela Della Bruna

Además de la literatura, las amistades entre escritores son de los más bellos legados que dejan. Julio Cortázar y Alejandra Pizarnik construyeron una amistad entrañable, desde los años 60 en París hasta la muerte de la poeta, en 1971. Durante su estadía en París, Alejandra conoció también a Aurora, la pareja de Cortázar en ese momento, y les dedicó un poema en 1965. También les regaló una edición de El árbol de Diana con una muy particular dedicatoria. El amor que sintieron el uno por el otro, la admiración y la comunión de sentidos hizo que también mantuvieran correspondencia y se leyeran mutuamente. Cuentan que Alejandra expresó ser la Maga, luego de leer Rayuela, y Julio no quiso contradecirla.
Cerca del final, animado por la confianza que había entre ambos, Julio le envió una carta donde la interpelaba y la provocaba, quería que eligiera la vida. Pero Alejandra no pudo, y siguió el camino que se había trazado hacia su trágico final. Cortázar le dedicó dos poemas luego de su muerte. A continuación uno de ellos.

A Alejandra Pizarnik

Bicho aquí,
aquí contra esto,
pegada a las palabras
te reclamo.
Ya es la noche, vení,
no hay nadie en casa
Salvo que ya están todas
como vos, como ves,
intercesoras,
llueve en la rue de l'Eperon
y Janis Joplin.
Alejandra, mi bicho,
vení a estas líneas, a este papel de arroz
dale abad a la zorra,
a este fieltro que juega con tu pelo
(Amabas, esas cosas nimias
aboli bibelot d'inanité sonore
las gomas y los sobres
una papelería de juguete
el estuche de lápices
los cuadernos rayados)
Vení, quedate.
tomá este trago, llueve,
te mojarás en la rue Dauphine,
no hay nadie en los cafés repletos,
no te miento, no hay nadie.
Ya sé, es difícil,
es tan difícil encontrarse
este vaso es difícil,
este fósforo.
y no te gusta verme en lo que es mío,
en mi ropa en mis libros
y no te gusta esta predilección
por Gerry Mulligan,
quisieras insultarme sin que duela
decir cómo estás vivo, cómo
se puede estar cuando no hay nada
más que la niebla de los cigarrillos,
como vivís, de qué manera
abrís los ojos cada día
No puede ser, decís, no puede ser.
Bicho, de acuerdo,
vaya si sé pero es así, Alejandra,
acurrúcate aquí, bebé conmigo,
mirá, las he llamado,
vendrán seguro las intercesoras,
el party para vos, la fiesta entera,
Erszebet,
Karen Blixen
ya van cayendo, saben
que es nuestra noche, con el pelo mojado
suben los cuatro pisos, y las viejas
de los departamentos las espían Leonora Carrington, mirala,
Unica Zorn con un murciélago
Clarice Lispector, agua viva,
burbujas deslizándose desnudas
frotándose a la luz, Remedios Varo
con un reloj de arena donde se agita un láser
y la chica uruguaya que fue buena con vos
sin que jamás supieras
su verdadero nombre,
qué rejunta, qué húmedo ajedrez,
qué maison close de telarañas, de Thelonious,
que larga hermosa puede ser la noche
con vos y Joni Mitchell
con vos y Hélène Martin
con las intercesoras
animula el tabaco
vagula Anaïs Nin
blandula vodka tónic
No te vayas, ausente, no te vayas,
jugaremos, verás, ya verás, ya están llegando
con Ezra Pound y marihuana
con los sobres de sopa y un pescado
que sobrenadará olvidado, eso es seguro,
en un palangana con esponjas
entre supositorios y jamás contestados telegramas.
Olga es un árbol de humo, cómo fuma
esa morocha herida de petreles,
y Natalía Ginzburg, que desteje
el ramo de gladiolos que no trajo.
¿Ves bicho? Así. Tan bien y ya. El scotch,
Max Roach, Silvina Ocampo,
alguien en la cocina hace café
su culebra contando
dos terrones un beso
Léo Ferré
No pienses más en las ventanas
el detrás el afuera
Llueve en Rangoon ---
Y qué.
Aquí los juegos. El murmullo
(Consonantes de pájaro
vocales de heliotropo)
Aquí, bichito. Quieta. No hay ventanas ni afuera
y no llueve en Rangoon. Aquí los juegos.

martes, 19 de agosto de 2014

La fuerza de las cosas, fragmento, de Simone de Beauvoir

Comparto un fragmento de La fuerza de las cosas, el tercer tomo de memorias de la genial francesa. Sobre la guerra de Argelia.

"Ni con pleno consentimiento ni con el corazón alegre permití que la guerra de Argelia invadiese mi pensamiento, mi sueño y mis humores. Nadie mejor que yo tendía a seguir el consejo de Camus: defender, a pesar de todo, la felicidad propia. Había pasado Indochina, Madagascar, Cap Bon y Casablanca: siempre me había recuperado con serenidad. Esta se derrumbó luego de la captura de Ben Bella y el golpe de Suez: el gobierno se encaprichaba con esta guerra. Argelia lograría su independencia, pero dentro de mucho tiempo. En ese momento, en el que ya no distinguía yo el final, terminó por descubrirse la verdad sobre la pacificación.
(…)
La tortura era un hecho tan establecido que la iglesia misma tuvo que pronunciarse sobre su legitimidad. Muchos sacerdotes la rechazaban, en palabras y con actos; pero también había capellanes que estimulaban a las unidades más selectas. Entre los laicos ¡cuántos silencios cómplices! El de Camus me rebelaba. La superchería consistía en que al mismo tiempo fingía mantenerse por encima de la contienda, proporcionando una fianza a quienes deseaban conciliar esta guerra y sus métodos con el humanismo burgués. Porque como dijo un año más tarde el senador Rogier: “Nuestro país (…) necesita colorear todas sus acciones con un ideal de universalidad y humanidad”. Y en efecto, mis compatriotas se las arreglaban para mantener ese ideal al mismo tiempo que lo pisoteaban. Todas las noches, en el teatro Montparnasse, un público sensible lloraba por las pasadas desdichas de la pequeña Anna Frank; pero no quería saber nada de todos esos niños agonizantes, moribundos o a punto de volverse locos en una tierra que se decía francesa. Si se hubiera intentado apelar a su piedad, habrían dicho que se procuraba desmoralizar la nación.
(…)

Ni yo comprendo por qué estoy turbada a tal punto. Se llegará al fascismo y entonces, prisión o exilio, las cosas andarán mal para Sartre. Pero no es el miedo lo que me preocupa, todavía no lo tengo o bien ya lo he dejado atrás. No soporto físicamente esa complicidad que me imponen al son de tambores, con incendiarios, torturadores, asesinos; se trata de mi país y yo lo amaba; estar contra su propio país, sin chauvinismo ni exceso de patriotismo, es difícilmente tolerable. Hasta los campos, el cielo de París y la torre Eiffel están emponzoñados."

viernes, 15 de agosto de 2014

Laberinto, de Jorge Luis Borges

No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.
              
No esperes que el rigor de tu camino
que tercamente se bifurca en otro,
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin. Es de hierro tu destino
              
como tu juez. No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a la maraña
              
de interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
en el negro crepúsculo la fiera.
              
De "Elogio de la sombra"

martes, 12 de agosto de 2014

1988, de Daniela Della Bruna

Todavía no sé bien qué pasa, pero en casa están todos alborotados. Resulta que llevaron al abuelo otra vez al hospital y bueno, todo es un desastre, porque mis hermanos son chiquitos, y mi papá tiene que ir a trabajar, así que mi mamá va un montón de veces al hospital, por eso ahora andamos todo el día en el auto. Le llevamos postre de chocolate y vainillas al abuelo porque parece que se puso terco y no quiere comer nada. Yo no entiendo por qué al abuelo se le puso que está enfermo y se la quiere pasar todo el día en la cama.
Desde hace un tiempo que no se levanta en todo el día, pero bien que cuando mi hermanito casi se cae de la mesa lo levantó en el aire. Mi hermanito es re chiquito igual. El abuelo como siempre estaba comiendo un churrasco, no sé porqué le hacen siempre churrasco con puré. Igual deja casi todo. La cuestión es que se hacía el serio y el que no tenía hambre pero bien que a mi hermano lo vio, si no lo agarra se rompe la cabeza en el piso. Pero él ya está acostumbrado porque vive haciendo macanas.
Igual, ahora el abuelo está otra vez en el hospital. Yo no sé qué me pasa, pero resulta que hago educación física y cuando corro me agito un montón, y me duele mucho mucho el pecho. Al abuelo también le duele el pecho, bah, digo yo, porque en realidad el abuelo nunca se queja de nada.
Últimamente lo están llevando más seguido al hospital, pero yo sé que va a volver, como siempre.
Siempre fue viejito el abuelo, pero antes se levantaba y jugaba un montón conmigo, igual desde que están mis hermanos se queda a dormir en la pieza. Yo soy la mayor, tengo ocho años, y me río porque el abuelo tiene como ochocientos mil. Mis hermanos tienen, la nena tres y el varón dos. Son re chicos. Yo lo entiendo al abuelo que no quiera salir más. Yo tampoco quiero salir de mi pieza, mis hermanos son re hinchas. Mi hermana se tira arriba de todos en la cama y nos re aplasta porque pesa una tonelada, y te pincha con los codos y las rodillas que los tiene re puntudos.
El abuelo debe estar re podrido de ellos, como yo. Fijate mi hermano, por ejemplo, tenía que nacer justo en mi cumpleaños, obvio que nadie me vino a saludar. Igual yo los quiero a mis hermanos, pero no hablan mucho así que con ellos no puedo hacer nada. Yo hablo con el abuelo en realidad. Papá no está en todo el día y mamá se la pasa lavando pañales, y va y viene, si no está en el fondo charlando con la vecina, o todo el día tejiendo. Yo me quedo con el abuelo, cuando era re chiquita, tan chiquita que los chicos a esa edad no saben hacer nada, yo sabía decir el abecedario, porque el abuelo me lo enseñaba con el pizarrón chiquito, sentado en el auto, debajo de la parra. Mi mamá siempre me lo hacía repetir cuando venía alguien, y yo me sentía re contenta como si hiciera la gran hazaña. Es una pavada eso del abecedario, es re fácil, pero ahora lo digo porque soy grande.
Ya voy a tercer grado, y estoy leyendo el Tic Tac 3, hay una lectura sobre el xilofón que es re graciosa y ya la leí mil veces. Aunque vamos recién por la mitad del libro yo ya lo terminé, porque quería saber cómo terminaba, pero no termina en nada. Yo quería saber qué pasaba con los amigos, y pensaba que en el Tic Tac 3 ya me iba a enterar de todo, el año pasado con el Tic Tac 2 al final tampoco pasó nada, así que estoy empezando a pensar que en estos libros las historias no tienen final y no me dan más ganas de leerlos.
En cambio, las historias que me leía el abuelo siempre tenían final. Ahora que él no me quiere leer más yo le leo la historia de Elena, que me encanta, porque se enamora y se va con Paris a Troya, pero el libro es re corto también y ya lo leí mil veces. A mi abuelo igual siempre le gusta que le lea. Me acuerdo que cuando no sabía leer, como me sabía la historia de Elena re bien yo se la contaba con los dibujos, que son grandísimos, porque es un libro re grande el de Elena. Re grande pero no tiene mucho escrito, porque es para chiquitos. También siempre le leo a mi abuelo el cuento de Eco, pero ya me da mucha lástima la pobre Eco que no puede decir nada.
Me encanta leerle al abuelo el Tic Tac 3, y no le cuento que no tiene final, para que no se ponga triste. Siempre le leo sentada al lado de su cama. Es re linda la pieza del abuelo. Igual ahora está otra vez en el hospital. Todos los días voy a verlo porque si no me muero de aburrimiento, además en casa están todos serios y apurados y no puedo hablar bien con ellos.
El abuelo no habla mucho ahora. A mí si me habla un poco, pero no podemos estar solos nunca, eso me revienta del hospital, siempre hay alguien y no puedo hablar con mi abuelo.
La cuestión es que ayer me llevaron al médico por los dolores en el pecho. Era medio feo el consultorio, tenía piso de madera y la madera estaba medio floja, no como en casa, la camilla era re blanca y estaba un poco alta. El doctor es re alto, y es simpático, aunque en realidad no sé para qué me llevaron. Al final el doctor me revisó un poco y dijo que no tenía nada y le preguntó a mi mamá si nos estábamos por mudar. Yo la verdad no entendí nada y mi mamá tampoco y después me hicieron salir. No sé qué le dijo el médico pero mi mamá salió re seria. Nos volvimos en el auto, porque ahora siempre andamos en auto, y mi mamá no decía nada. Pero paramos en bonafide y me compró unos chocolates re caros. Eso era muy raro porque nunca gastábamos plata. Y cuando llegamos a casa me sentó en la cocina y me miró fijo. Yo dije, ya está, mi mamá se volvió loca, y un ratito después lo confirmé porque me quería decir que el abuelo se iba a morir.
Pero yo sabía bien que el abuelo no se iba a morir porque todos decían que tenía un corazón re fuerte, y además era re viejo pero nunca le pasaba nada grave, además yo la escuché a mi mamá que le dijo a la vecina que el abuelo había salido de tantas que también iba a salir de esta.
Pero no, a mi mamá se le había puesto que el abuelo se iba a morir y no podía sacarla de eso. Así que la dejé que dijera lo que quisiera y que me dejara ir a jugar tranquila.
Pero ella no se quedó tranquila, porque ustedes no saben pero mi mamá es re terca, y se da cuenta si vos le decís que sí pero no le creés. Así que me llevó a la iglesia y me dejó en el último banco. Entonces se puso a hablar con el padre Jorge. El padre Jorge es re bueno, nunca te reta por los pecados y siempre te dice que Jesús te ama. Pero yo pienso que no puede ser que no me rete porque yo le digo que trato mal a mis hermanos y que siempre peleo en la mesa por el plato con flores distintas que mi hermana también lo quiere y no sé para qué porque es re chiquita y ni come bien. Pero él igual me dice que yo soy buena y que Jesús me quiere, y si lo dice el padre Jorge entonces debe estar bien, aunque a mi me da una cosa y me quedo pensando cuando la peleo a mi hermana y cuando le pego sin que mi mamá me mire.
Así que vino el padre y me saludó y mi mamá se fue afuera de la iglesia. Yo no entendía nada pero el padre me habló y me habló un montón. Estaba sentada en un banco y me puse a llorar por lo que me decía el padre. Igual, aunque lloré, yo tampoco le creí al padre eso de que mi abuelo se iba a morir.
¿Por qué todos estaban tan seguros? Mi abuelo me hubiera dicho algo, justamente a mí que soy su favorita favorita de todos los favoritos, porque a mí me quiere más que a nadie. Terminé de convencerme de que estaban todos locos y me puse a pensar en mi verdadero problema: el día del niño.
Estamos re cerca y yo quiero que me lleven al Hogar del Niño donde van a hacer juegos, pero mi mamá me agarró, otra vez re seria y me terminó diciendo que no podíamos ir y que no íbamos a festejar porque el abuelo se estaba por morir y cuando alguien se muere uno no puede irse de fiesta.
Yo me re enojé porque todas mis amigas van a ir y dicen que va a estar re bueno. Después en lo de los peronistas van a dar juguetes y en lo de los radicales también, y una amiga mía dice que van a dar unos sacapuntas en forma de autito que están re buenos, y que va a haber un montón de juguetes que no hay en ningún otro lado. Pero papá, que me llevó a dar una vuelta (había mucho sol) me dijo que nosotros no agarrábamos ninguna cosa de los políticos y yo tenía los juguetes que él me podía comprar y nada más. La verdad no me compra muchos juguetes últimamente, pero eso me quedó re grabado, porque mi papá no dice malas palabras y me voy a acordar siempre de mi papá re enojado diciendo que ese sacapuntas era un sacapuntas de mierda.
Ya no hace tanto frío, pero empieza esa época del año en que el viento te lleva para todos lados. La cuestión es que estamos cada vez más cerca del día del niño y yo no voy a poder hacer nada porque tengo que ver si el abuelo se va a morir, como dicen todos. Eso me enoja más que nada, no puedo festejar el día del niño y para nada, porque yo sé que el abuelo no se va a morir.
Finalmente llegó el domingo y adivinen, ¡el abuelo no se murió!, yo sabía, yo sabía, pero como siempre nadie me hace caso. Así que mi mamá que no quería admitir que yo tenía razón, para no hablar del tema me dio diez mil australes para que hiciera lo que quisiera. Diez mil australes son un montón, pero no tanto, y yo tenía que pensar bien qué hacer. Daban en el cine una película y mi mamá me llevó, pero me dejó sola. Se ve que iban al hospital de nuevo. Llovía un montón y hacía frío de nuevo, el tiempo estaba re loco.
Pagué la entrada que era un montón, porque eran 7000 australes y me iba a quedar re poco para ir al kiosco de Gomez después. Me senté re atrás, porque en el cine atrás se ve mejor y antes de que empezara la película llegó una mujer con un chico mucho más chiquito que yo. Lo acomodó al lado mío y me dijo si yo se lo cuidaba. Yo le dije que sí, y me empecé a poner un poco nerviosa.
Apagaron todas las luces, y la película comenzó. La verdad no sé decir ni de qué se trataba, no debí estar adentro por más de diez minutos cuando salí afuera como disparada por un cañón, y exigí la devolución de la entrada. Después agarré la calle. Llovía, y nunca había ido desde ahí hasta mi casa, pero no me fue difícil.
En casa todos enloquecieron, cómo me había ido así, sola del cine. Por supuesto me llevaron al kiosco cuando se les pasó la impresión. Aunque me compré muchas cosas me costó mucho olvidarme del nene que dejé solo en el cine. Qué mala que soy a veces. Debí haber hecho muchas locuras por esos días, porque muy poco tardaron en llevarme al hospital y dejarme sola en la habitación con mi abuelo.
Cómo había extrañado esos momentos. Me senté muy cerca de él y volvimos a hablar como antes. Me dijo que extrañaba a su hermano Tete y que lo iba a ir a ver, que soñaba con él y con la abuela y que ellos ya no podían venir a visitarlo así que se tenía que ir. Extrañaba a la abuela. Creo que el abuelo pensó que a mí no me iba a extrañar tanto, porque prefería explicarme todo eso que era tan raro antes que quedarse conmigo. No sé, la cuestión es que esa tarde todo fue tranquilidad. Pero el abuelo no me dejó sola, sacó de no sé dónde una medallita que era de Italia y me la dio. Me la dejó para mí, me dijo que era mía, su regalo.
Todavía no la usé nunca, me gusta, pero no sé por qué no quiero ponérmela. Pasó una semana del día del niño. Ahora sí mi abuelo se murió de verdad. No me sorprende. Para algo me dio la medalla. Como cuando te dan un caramelo para que vayas al médico. Al final no lloré, porque mi abuelo se hubiera pensado que soy una tarada, y además como no lloro todos me miran como si fuera más importante. Pero la verdad es que tengo adentro un no se qué, peor que cuando le pego a mi hermana sin que me vea mi mamá, y me parece que no se va a ir porque se acomodó en la panza, y ahí va a tener comida para siempre… 

lunes, 4 de agosto de 2014

Ceremonia recurrente, de Julio Cortázar

Ceremonia recurrente

El animal totémico con sus uñas de luz,
los objetos que junta la oscuridad debajo de la cama,
el ritmo misterioso de tu respiración, la sombra
que tu sudor dibuja en el olfato, el día ya inminentemente.
Entonces me enderezo, todavía batido por las aguas del sueño,
Vuelvo de un continente a medias ciego
donde también estabas tú pero eras otra,
y cuando te consulto con la boca y los dedos, recorro el horizonte de tus flancos
(dulcemente te enojas, quieres seguir durmiendo, me dices bruto y tonto,
te debates riendo, no te dejas tomar pero ya es tarde, un fuego
de piel y de azabache, las figuras del sueño)
el animal totémico a los pies de la hoguera
con sus uñas de luz y sus alas de almizcle.

Y después despertamos y es domingo y febrero.