lunes, 22 de junio de 2015

La máquina célibe, por Michel Onfray, en La potencia de existir. Manifiesto hedonista.

A fin de ir vivenciando una ética de la micropolítica libertaria y en busca de los que por estas vías de sentires y razonamientos se identifican, compartiré textos de Onfray, Deleuze, Guattari, Foucault y otros grandes filósofos que nos interceptan en cuerpo y realidad para devolverle a la filosofía su razón primigenia: construirnos como seres libres y ser felices.
Empezaré por el capítulo La máquina célibe, en La potencia de existir, del magnífico Onfray.

La máquina célibe, por Michel Onfray, en La potencia de existir. Manifiesto hedonista.

Mi definición de "soltero" no incluye la acepción usual del estado civil. Para mí, el soltero no vive necesariamente solo, sin compañero ni compañía, sin marido o mujer, o sin pareja oficial. Define más bien a aquel que, aun comprometido en una historia digamos amorosa, conserva las prerrogativas y el ejercicio de su libertad. Esta figura aprecia su independencia y goza de su soberana autonomía. El contrato en el que se instala no tiene duración indeterminada, sino determinada, quizá renovable, por cierto, pero no obligatoria.
Construirse como máquina célibe en la relación de pareja permite evitar en lo posible la entropía consustancial con las disposiciones fusionales. Para evitar el esquema nada-todo-nada que caracteriza a menudo las historias fracasadas, mal, poco o nada construidas, vividas día a día, impuestas por lo cotidiano, vacilantes, la configuración nada-màs-mucho me parece preferible.
Nada-todo-nada define el modelo dominante: viven separados, no se conocen, se encuentran, se dejan llevar por la naturaleza de la relación, el otro se vuelve todo, indispensable, la medida de su ser, la dimensión de su pensamiento y su existencia, el sentido de su vida, el compañero en todo, hasta en el mínimo detalle, hasta que -cuando la entropía empieza a producir sus efectos- se vuelve el inoportuno, el que molesta, el cargante, el fastidioso, aquel que exaspera y termina por convertirse en el tercero del que hay que deshacerse antes que, divorcio de por medio -y la violencia que a menudo lo acompaña-, vuelva a ser nada, una nada a veces multiplicada por un poquito de odio...
El dispositivo nada-más-mucho parte de mismo lugar: se encuentran dos seres que no saben aún que existen, y luego construyen sobre el principio del eros liviano. A partir de ese momento se elabora dìa a dìa una acción positiva que define el más: más ser, más expansión, más regocijo, más serenidad adquirida. Cuando esta serie de más permite alcanzar una suma real, aparece el mucho y califica la relación rica, compleja, elaborada según el modo nominalista. Pues no hay otra ley que la ausencia de ley: solo existen los casos particulares y la necesidad de cada uno de construir según los planes que convienen a su idiosincrasia.
El soltero evoluciona conforme al segundo ejemplo. El modo operatorio de las disposiciones célibes rechaza la fusión. Este abomina la desaparición anunciada de dos en una tercera forma, una tercera forma sublimada por el amor. La mayoría de las veces, la negación no atañe a las dos partes interesadas de la pareja, sino a una de ellas, a la que sucumbe según las leyes de la etología, al más fuerte, dominante y persuasivo... que no siempre es el que se cree.
La amalgama de las singularidades no se mantiene más tiempo que el que le permite la denegación. A veces, según la densidad de la neurosis, el bovarismo funciona durante toda la vida. Pero cuando en los detalles de la vida cotidiana, más allá de la anécdota y lo infinitesimal que concentran lo esencial, lo real socava con regularidad la construcción conceptual platónica que sirve de base a la pareja tradicional, la estatua se muestra un día como un coloso con pies de barro, una ficción sostenida por el único deseo de creer en cuentos para niños. Así pues, del todo se pasa a la nada.

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