martes, 29 de septiembre de 2015

martes, 22 de septiembre de 2015

Autobiografía de mi madre, Jamaica Kincaid (fragmento)


“Mi madre murió en el momento en que yo nací, y así, durante toda mi vida, no hubo nunca nada entre yo y la eternidad; a mi espalda soplaba siempre un viento negro y desolado. Al principio de mi existencia, yo no podía saber que iba a ser así; no lo supe hasta llegar a la mitad de mi vida, justo en aquel tiempo en que había dejado de ser joven y descubrí que algunas de las cosas que siempre había tenido de sobra ahora eran menos abundantes, y que poseía más de algunas otras de las que apenas había disfrutado en absoluto. Y ese descubrimiento de pérdida y de recompensa me hizo reflexionar acerca del pasado y del futuro: en mi origen estaba esa mujer cuyo rostro yo nunca había visto, pero al final no había nada, nadie entre mi persona y ese negro espacio que es el mundo. Sentí entonces que durante toda mi vida había estado al borde de un precipicio, que mi pérdida me había hecho vulnerable, dura, y desvalida; tomar conciencia de ello me permitió vencer la tristeza, la vergüenza y la autocompasión.”
“¿Qué es lo que hace que el mundo gire?
¿Quién podría buscar una respuesta a esa pregunta?
Es una pregunta especialmente preciada para un hombre orgulloso del tono pálido del color de su piel, especialmente apreciada porque no responde a ninguna aspiración que haya logrado realizar, a nada que le haya costado ningún esfuerzo en absoluto; sencillamente nació así, fue bendecido y elegido para ser como es, y eso le proporciona un lugar privilegiado en la jerarquía de todas las cosas. Ese hombre se aposenta en un otero, no permanece a ras de tierra, y sabe con una certeza férrea que todo lo que abarca con la vista –prados fértiles, vastas llanuras, altas montañas con enterrados, mares turbulentos, océanos en calma-, absolutamente todo, tiene que pertenecerle a él. Qué es lo que hace que el mundo gire es una pregunta que plantea cuando todo lo que abarca con la vista está bien seguro en su poder, cuando se ha apoderado de todo con tal seguridad que de vez en cuando puede incluso dejar de vigilarlo, puede denunciarlo, puede reclamar que se lo han usurpado, puede maldecir el momento en que fue concebido y el día en que nació, puede irse a dormir cuando llega la noche sabiendo que al despertar todo lo que abarca con la vista sigue estando bien seguro en su poder; y puede volver a preguntar: ¿Qué es lo que hace que el mundo gire?, y entonces obtendrá una respuesta, se podrían llenar volúmenes enteros con ella, hay muchísimas respuestas, todas distintas, y hay muchísimos hombres, todos iguales.
¿Y qué pregunto yo? ¿Cuál es la pregunta que yo puedo plantear? Yo no poseo nada, yo no soy un hombre.

Pregunto: ¿Qué es lo que hace que el mundo gire en mi contra y en contra de todos los que son como yo? No poseo nada, cuando hago esa pregunta no estoy contemplando nada; el lujo de obtener una respuesta que podría llenar volúmenes enteros no está a mi alcance. Cuando hago esa pregunta, mi voz está llena de desesperación.”

Teatro del absurdo, columna


jueves, 17 de septiembre de 2015

Tiempos difíciles, Charles Dickens (fragmento)

Hay una educación liberadora y una educación esclavizante, hay un conocimiento utilitario y un conocimiento emancipatorio... y hay cosas que se reprimen, y después explotan...

"Que quede bien claro, lo único que yo quiero son realidades. Jamás les enseñen a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. Para la vida solo son imprescindibles las realidades. No propongan otra cosa y saquen de cuajo todo lo demás. Los entendimientos de los animales racionales se conforman solamente a base de realidades; todo lo que no sea esto no les servirá nunca de nada. Yo educo a mis hijos de acuerdo con esta norma, y de la misma manera hago educar a estos muchachos. ¡Remítanse a las realidades, señores!
Esto sucedía en la sala con cúpulas, lisa, desnuda y aburrida de una escuela, y el índice, tieso, de quien hablaba ponía énfasis en sus admoniciones, resaltando cada frase con una línea trazada sobre la manga del maestro. Ayudaba a aumentar el énfasis la frente del orador, perpendicular como una pared…”
(…)
El señor Grandgrind volvió a mirar a su hija, que esta tendida frente a él como una embarcación hundida, y sin hablar ni una palabra más, salió de la habitación. Cuando apenas había salido su padre, Luisa oyó que caminaban lentamente cerca de la puerta, y tuvo la sensación de que alguien estaba cerca de su cama.
Decidió no levantar la cabeza. Dentro de ella, y como una brasa maléfica, ardía una sorda irritación de que la viesen sumergida en su dolor y de que la mirada involuntaria, que tanto la había ofendido, hubiese sido confirmada de esa forma. Siempre, las fuerzas comprimidas en exceso rompen y destrozan."

jueves, 10 de septiembre de 2015

Veladuras, de María Teresa Andruetto (fragmento)

“Me gustan estos menesteres, porque se cubre lo que está debajo pero igual se ve. Es lo que pasa con lo que está velado: se ve mejor que cuando queda expuesto. Una vez que recompongo y acomodo lo que se ha deshecho, paso el pan de oro y luego cubro con betún. Se llama betún de Judea y es lo que me dan aquí en San Salvador, para que tape las imágenes y lo que es nuevo se vuelva viejo y se cubra lo que estaba roto.
Cuando se seca lo que he pintado, lo sobo bien para que quede apenas un poco, para que no se cubra por completo, porque es así como se ve mejor. Todo esto que he aprendido a hacer, estas veladuras, son nomás para que no nuevo se vuelva viejo, como los ángeles de la capilla.
No sé qué piensa usted, pero a mí me parece que es al revés de lo que pasa en la vida, donde el dolor que a uno le ha sucedido antes, y antes de antes, parece que naciera siempre por primera vez.”


“Me pusieron el nombre de mi abuela, así me llamó, y eso es lo primero que me viene al pensamiento. El mismo nombre y el apellido, que es también el apellido de mi padre, porque mi padre no ha tenido padre. Tengo su nombre y me gustan las cosas que a ella le gustaban, y tengo estas facilidades de hacer mis cacharritos como ella hacía y de cocerlos con leña de llama y de guanaco. Y también tengo de ella el amor por estos cerros, por los ferrites y la arena roja y amarilla… No sé qué cree usted ni por qué será que pasó esto de parecerme tanto a mi abuela Rosa, si es porque me pusieron su nombre, o es nomás porque así tuvo que ser.

Me llamo Rosa, como le digo. Y mi hermana se llama Luisa. También mi abuela se llamó Rosa. Rosa Mamaní. Y crió solita a mi padre, lo que se dice sola. Lo tuvo, dicen, de un hombre que pasaba, que la preñó y siguió de viaje; de paso iba y así siguió, y ni siquiera un nombre, ni el apellido siquiera le dejó a mi padre. Era un hombre blanco, dicen, por eso mi padre es mezcla; pero mi abuela no, ella era colla pura, verdadera.”

martes, 8 de septiembre de 2015

Un fragmento de Madame Bovary, de Gustave Flaubert

Gustave Flaubert, Madame Bovary, 1856

“Ella deseaba un hijo; sería fuerte y moreno, le llamaría Jorge; y esta idea de tener un hijo varón era como la revancha esperada de todas sus impotencias pasadas. Un hombre, al menos, es libre; puede recorrer las pasiones y los países, atravesar los obstáculos, gustar los placeres más lejanos. Pero a una mujer esto le está continuamente vedado. Fuerte y flexible a la vez, tiene en contra de sí las molicies de la carne con las dependencias de la ley. Su voluntad, como el velo de su sombrero sujeto por un cordón, palpita a todos los vientos; siempre hay algún deseo que arrastra, pero alguna conveniencia social que retiene.
Dio a luz un domingo, hacia las seis, al salir el sol.
–¡Es una niña! – dijo Carlos.
Emma volvió la cabeza y se desmayó.” 
(…)
“Acababa de salir desesperada. Ahora lo detestaba. Aquella falta a la cita le parecía un ultraje y buscaba otras razones para despegarse de él; era incapaz de heroísmo, débil, trivial, más blando que una mujer, además de avaro y pusilánime.

Luego, calmándose, acabó por descubrir que tal vez lo había calumniado. Pero la denigración de las personas a quienes amamos siempre nos aleja de ellas un poco. No hay que tocar a los ídolos; su dorado se nos queda en las manos.”

lunes, 7 de septiembre de 2015

Un poquito de historia del café (reseña del libro de Nicolás Artusi)

Café, de Etiopía a Starbucks. Historia de la bebida más amada y odiada; es un libro de Nicolás Artusi. Aquí una columna rescatando algo de su genial trabajo.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Anna Karenina (fragmento)


«No conozco estas calles tan pinas… casas… más casas. Y en las casas tanta gente… Hay un sinfín de gente y todos se odian los unos a los otros.
«¡Bueno, imaginaré lo que necesito para ser feliz… Bien… Recibo el divorcio de Alexey Alejandrovich. Me dan a Sergio y me caso con Vronsky…»
Y al recordar a Alexey Alejandrovich, Ana se lo imaginó con extraordinaria precisión, como si lo tuviera ante ella con sus ojos dóciles, apagados, sin vida; con las venas azules transparentándose en sus blancas manos; con las peculiares entonaciones de su voz; con los dedos de las manos cruzados y haciéndolos crujir; y la idea de sus relaciones, calificadas también de amor, la hizo estremecer con un sentimiento de repugnancia.
«Bien: obtendré el divorcio y seré la mujer de Vronsky. ¿Acaso Kitty dejará entonces de mirarme como me ha mirado hoy? No… ¿Y Sergio dejará de preguntar por mi vida y por qué tengo dos maridos? Y entre Vronsky y yo, ¿qué nuevo sentimiento va a brotar? ¿Será posible una nueva sensación que, si no nos hace felices, consiga al menos que no nos sintamos desgraciados? ¡No, no, y no!», se contestó sin vacilar. «¡Esto es imposible! El abismo que nos separa es demasiado profundo. Yo causo su desgracia y él la mía. Se han hecho todas las tentativas, pero la máquina se ha estropeado.(…)

«¿Qué estaba yo pensando antes? ¡Ah, sí! Que no encontraré una situación en la cual mi vida no sea un tormento; que todos hemos sido creados para sufrir; que todos sabemos e inventamos medios para engañarnos a nosotros mismos. Y cuando vemos la verdad no sabemos qué hacer.»

Leon Tolstoi, Ana Karenina, 1877

jueves, 3 de septiembre de 2015

Raíz

Estaba ahí
removida la última
y más pesada de las piedras.

Para qué los trabajos y las noches,
el culto a lo que dicen que hay que hacer,
la inútil construcción
de eso que llaman vida.

La inútil rebeldía,
la distancia,
más inútil todavía.

Me llevo conmigo sin medida.

Daniela Della Bruna, Caleidoscopio, 2014

martes, 1 de septiembre de 2015

Destierro

Lejos,
la pampa indefinida y galopante,
los ojos de mi padre.

Más lejos,
los brazos de mi amante,
igual de esquivo que los turbios campos.

Y aquí la soledad.

Callada,
sin estridencias.

El rostro indolente se trastoca,
áspera la garganta.

Hiel en las palabras,
pocas palabras,
que caen de la boca.

Daniela Della Bruna, Caleidoscopio, 2014