sábado, 14 de noviembre de 2015

Krimilda, la verdadera antiprincesa

El cantar de los nibelungos, 1200 d.C. (Versión de Franco Vaccarini) - Fragmento
“Krimilda negó el perdón que el mismo Dietrich le pidió para los vencidos y, con toda frialdad, mató a Gunther en su presencia. Luego, con la cabeza de su hermano, fue hacia el calabozo donde estaba Hagen.
Hagen quedó demudado al ver la cabeza de su rey. El momento fue absoluto, definitivo.
Krimilda lo imprecó:
-          ¿Puedes devolverme lo que me quitaste?
-          El oro, solo Dios y yo sabemos dónde está. Mi placer será no decirte nada.
Pero Krimilda lo frenó:
-          ¿Y quién habla del oro? ¿Puedes devolverme a mi amado Sigfrido? Me temo que no puedes, asesino. Pero será la espada de Sigfrido la que te corte el cuello.
Krimilda tomó con sus dos manos la mítica espada nibelunga y cumplió su promesa.
El anciano Hildebrant no podía dar crédito a sus ojos. No podía creer que el gran Hagen, el hombre que había estado a punto de matarlo momentos antes, hubiera sido decapitado por una mujer.
En una extraña alianza con su enemigo muerto, fuera de sí, mató a Krimilda, la reina, la esposa de Atila.
No podía durar mucho la vida de quien mató a la esposa del rey, y no duró. Atila se abrazó con Dietrich, y ambos lamentaron a sus muertos queridos.

Ya no quedaban guerreros burgundios en la faz de la Tierra. Pero habían perecido espada en mano, de frente al enemigo. Tuvieron la fortuna de saber que iban a morir y se prepararon para el largo viaje al más allá, tras regar el pasaje con sangre propia y ajena. Fue mejor suerte que la de Sigfrido, el Confiado, atacado por la espalda, mientras bebía agua fresca.”

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